Por: Liliana Heker.
Tomado de Rev. Semana marzo 13 de 2015
Selección de: Efraín Alzate S
1-Es inútil esperar el instante perfecto en que todos
los problemas han desaparecido y solo existe el deseo compulsivo de
escribir: ese instante no existe. En general, uno se sienta a escribir
venciendo cierta resistencia —salir del estado de ocio no es natural—, uno
oficia ciertos ritos dilatorios, uno por fin, con cierta cautela, escribe. Y en
algún momento uno tal vez descubre que está sumergido hasta los pelos, que
todos los problemas han desaparecido, y que no existe otra cosa que el deseo compulsivo de escribir.
2) La primera versión de un texto es sólo un mal
necesario. Suele estar bien lejos de aquello completo e intenso que uno
difusamente ha concebido. Corregir no es otra cosa que ir encontrando a Moisés
dentro del bloque de mármol.
3) En literatura no existen sinónimos ni
equivalencias: no es lo mismo un rostro, que una cara, que una jeta, “Dijo que
estaba harto” no equivale a “—Estoy harto — dijo”. Aferrarse a una frase o una
palabra simplemente porque ha salido así del alma, es por lo
menos un riesgo: el alma, a veces, dicta obviedades. En Filosofía de la
composición, Poe cuenta que, durante la escritura de su poema El
cuervo, decidió que necesitaba un animal parlante para que repitiera un
leit motiv al final de cada estrofa. Y naturalmente el primer animal que se le
cruzó fue el loro. A veces conviene sacrificar al loro.
4) Ni la espontaneidad ni la velocidad son
valores en literatura. Tantear, tachar, descubrir nuevas posibilidades,
equivocarse tantas veces como haga falta, ir acercándose paso a paso al texto
buscado: ese es el verdadero acto creador. Lo otro es como estornudar.
5) Cuando se escribe, no hay que tenerles miedo a los
sentimientos, pero tampoco hay que tenerle miedo a la lucidez. Uno tiene tan
pocas cualidades que no veo razón para que se despoje de alguna de ellas para
hacer literatura.
6) La realidad proporciona buenas situaciones pero no
construye obras artísticas. Tajear un hecho, distorsionarlo, cambiarle o
anularle alguna pieza, son atribuciones que un autor de ficciones puede tomarse
sin ninguna culpa. No es al acontecimiento real al que debe serle fiel sino a
la luz secreta que él descubrió en ese acontecimiento y lo tentó a escribir.
7) No hay que empezar un cuento si no se sabe
cómo va a terminar. Se corre el riesgo de ir de acá para allá, sin ton ni son,
esperando que el final caiga del cielo. Los buenos finales no suelen tener
origen celestial: aunque no se lo note, vienenmandados desde la
primera frase.
8) Una novela requiere una escritura y una
estructura rigurosas como las de un cuento. Si tiene páginas grises, esos
grises deben estar tan cargados de tensión como lo están en el Guernica,
de Picasso. Si no, son meramente un plomo.
9) La inspiración no existe; en eso se parece a las
brujas. Entonces, cuando las palabras parecen cantarle a uno en la oreja,
y siente que todo lo que está escribiendo tiene la música justa, el ritmo
exacto, la tensión precisa que debe tener, uno puede llamar a ese estado de
privilegio como más le guste, pero lo mejor es que suelte el freno y deje rodar
la locura. Es hermoso, solo que no hay que creer que es el único estado en que
se hace literatura. Porque se corre el riesgo de no escribir más que una página
en toda la vida.
10) Hay que nutrirse de los credos y hay que
aprender a dudar de ellos. No existen reglas universales para el oficio de
escribir. Es uno mismo que a la larga, con verdades y mentiras propias y
ajenas, va estableciendo sus propios ritos, va permitiéndose sus propias
manías, va construyendo su propio credo.
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